jueves, 4 de junio de 2009

Farándula musical 03-06-09

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Farándula musical 28-05-09

martes, 26 de mayo de 2009

Enigma 4 - Pasajero sin billete

A toda velocidad se desliza sobre los carriles el expreso nocturno Amsterdam-Colonia. Como una exhalación se suceden las luces de las ventanas iluminadas o las centelleantes farolas del alumbrado público.

Son las 23.15 horas.

El expreso ya ha dejado atrás Hilversum y Utrecht, y en este instante atraviesa zumbando la estación de Doorn. En su mayoría, los pasajeros leen o duermen, y sólo unos pocos tratan de descubrir algo del paisaje sumido en la oscuridad.

Un hombre envuelto en una trinchera verde aceituna se introduce en el pasillo del coche de primera clase, no sin antes cerciorarse, con una rápida ojeada, de que allí no hay nadie.

Sin detenerse, pasa revista a los sucesivos compartimientos, hasta que al fin parece haber encontrado el que le conviene: junto a la ventanilla, sentados uno frente al otro, dos hombres dormitan, y otros dos asientos permiten suponer que también están reservados.

El recién llegado se quita la trinchera, coloca su maleta sobre el asiento y se sitúa junto a uno de los pasajeros, cuyos ronquidos no cesan ni siquiera cuando un par de dedos van tanteando hacia su bolsillo. En cuanto ha encontrado lo que buscaba, el forastero cambia de lugar. No demasiado pronto, pues en ese mismo instante regresan al compartimiento otros dos hombres.

Unos breves saludos con la cabeza…, y cada cual vuelve a lo suyo.

Entonces, ocurre lo que tenía que ocurrir:

-Billetes, por favor –dice una voz amable.

Incluso los dos que dormitaban, súbitamente despiertos, atienden a la indicación, y cinco pares de manos buscan diligentes en los respectivos bolsillos.

El revisor ha taladrado ya cuatro billetes y se dirige al pasajero del asiento número 70, que hurga desconcertado en los bolsillos de su chaqueta:

-Por favor, búsquelo con calma. Más tarde volveré.

Y haciendo un movimiento de cabeza como para darle ánimos, abandona el compartimiento.

-¿No habrá guardado el billete en el abrigo? –sugiere el hombre de enfrente, que ocupa el asiento 71.

-Es imposible… Tenía el billete aquí, en el bolsillo de la americana.

-Tal vez no fuera así –conjetura el número 71, y el número 73 opina:

-Es muy fácil arrastrar un billete al sacar otra cosa cualquiera del bolsillo.

Una y otra vez, escudriña el hombre sus bolsillos, cada vez más nervioso.

-No puedo creerlo…, aquí, en éste, guardé el billete –y golpea perplejo el bolsillo derecho de su americana-. Caballeros, ¿no han notado ustedes algo especial?

-Lo siento, yo subí al tren hace poco, en Doorn –dice el número 73 encogiéndose de hombros, y el número 71 se apresura a poner en claro:

-Yo estuve durmiendo…, ¿y usted? –pregunta el número 68.

-Permanecí un rato en el coche restaurante… Pero, si o recuerdo mal, ¿no llevaba usted en Amsterdam un periódico en el bolsillo? ¿O estaré equivocado?

El aludido, en su asiento junto a la ventanilla, agita irritado la cabeza:

-Está usted equivocado. Jamás llevé un periódico en el bolsillo.

El individuo del asiento 69 levanta las cejas al preguntar con un leve tono de ironía:

-¿No se le ha ocurrido pensar que tal vez se le olvidó adquirir el billete?

Por un momento, parece que el número 70 vaya a abalanzarse sobre el que ha formulado la última observación. Sin embargo, lo piensa mejor y se limita a agitar con rabia la mano en el aire. Pasados otros cinco minutos, hunde resignado los hombros en su asiento y suspira:

-Se fue…, se ha esfumado… No tendré más remedio que pagar otro billete…

Esto mismo opina el revisor cuando, al poco tiempo, efectúa la segunda visita al compartimiento, tal como había prometido. Conteniendo su rabia sorda, el pasajero del asiento 70 satisface el importe requerido y cosecha, además del resguardo, las miradas un tanto desdeñosas de los demás viajeros… A alguno de ellos, empreo, hasta le cae simpático el pasajero sin billete. Sobre todo, por ser de los que se dejan atrapar…


Ahora bien, ¿qué asiento ocupaba el verdadero pasajero sin billete?

Enigma 3 - La declaración


-Por favor, tome usted asiento, señor Dorn.

El aludido, con el rostro sin afeitar y bastante desaliñado en el vestir, adopta aires de altivez y replica:

-No gaste tanta amabilidad conmigo, señor inspector. La onda blanda no me vale.

El inspector Heinze, de la brigada criminal, sonríe al observar:

-Mi opinión personal acerca de usted, señor Dorn, es asunto mío. El modo de tratarle, en cambio, lo prescribe el reglamento. Bien, ¿mantiene usted su afirmación de que no tomó parte en la reunión de drogadictos?

-¡En efecto!

-Voy a leerle lo que ha declarado en el primer interrogatorio: “Llegué a las 22 horas en punto al domicilio de Rainer Zink. La fiesta se hallaba en su apogeo. Se bebía cerveza de barril. Ni el menor indicio de droga. En el tocadiscos sonaba Tom Jones, y en una de las habitaciones se bailaba. Como la reunión me estaba resultando aburrida, a los noventa minutos de haber llegado me largué. Tomé el tranvía para regresar a casa y me acosté. Hacia la una de la madrugada vino la policía y me sacó de la cama. Me traían el documento de identidad, que por lo vissto había perdido en casa de Zink”.

Peter Dorn enciende un cigarrillo con aire de resignación, al tiempo que inquiere:

-¿Me está permitido, o tal vez no?

-El reglamento no tiene nada en contra –aprueba el inspector Heinze, para continuar-: hasta aquí su primera declaración. Nuestra razzia en el domicilio de Zink se efectuó a las 0.20 horas. A esa hora usted ya estaba en la cama. ¿Se ratifica en su afirmación de que no advirtió el menor indicio de droga?

Dorn contesta con impacientes movimientos afirmativos de cabeza.

-Entonces, comencemos otra vez desde el principio, señor Dorn. Por favor, cuénteme lo que ocurrió aquella noche.

-¡Santo cielo! ¿Cuántas veces todavía? Pues si: por la tarde me llamó Zink a mi celda de realquilado y me invitó a su fiesta. Acepté. Al llegar a su casa, el reloj de la iglesia de San Miguel daba las 22 horas. Subí a su piso…¡y eso es todo!

-¿Y bebieron cerveza de barril?

- Sí, tan sólo cerveza de barril. Si hubo consumo de drogas habrá sido, en todo caso cuando yo ya me había marchado.

-¿Cuánta cerveza bebió usted?

-Un vaso. No soy muy aficionado a la cerveza.

-¿Y qué música pusieron? –pregunta el inspector, sin dejar de sonreir, lo cual no agrada en absoluto al señor Dorn, que pregunta enojado:

-¿Se puede saber qué es lo que le hace tanta gracia, señor inspector?

-Sus esfuerzos por convencerme de que usted no sabe nada de nada.

-¡Nada tengo que ocultar!

-Es posible. Bien, ¿qué me dice de la música? ¿Qué sonaba en el tocadiscos?

-Creo que Play Bach.

-¿Play Bach?

-O Tom Jones. Sí, era Tom Jones. Ahora lo recuerdo.

-Yo no soy un experto en música, pero tengo entendido que entre Bach o, mejor dicho, entre Play Bach y Tom Jones hay cierta diferencia. Así pues, ¿por cuál se decide usted?

-¡Por Tom Jones!

-Bien, ya es algo. Ahora, prosigamos.

-Bebí una cerveza, bailé un poco y luego me marché a casa.

-¿Qué hora era?

-Consulté el reloj pensando en el tranvía, que pasa seis minutos después de media noche. Cuando salí de la casa era exactamente medianoche.

-¿Arriba no harían sino beber cerveza?

-Peter Dorn no puede reprimir un gesto de impaciencia, mientras afirma:

-En efecto, señor inspector.

Éste se pone en pie y, sin abandonar su tono amable, indica al señor Dorn:

-Ahora puede marcharse a su casa. Si siento la exigencia de discutir con usted lo de la laguna de su declaración, le rogaré que se presente de nuevo.

-¿La laguna de mi declaración? ¿Qué significa esto?

-¿Tan difícil le parece, señor Dorn?

-¡Comprenda que yo no soy un criminalista!

-Es muy sencillo: sus dos declaraciones no coinciden exactamente. Considérelo detenidamente, señor Dorn. Buenas noches.


¿A qué laguna de la declaración de Dorn se refería el inspector?

Enigma 2 - Informe sobre el caso Tom Kölle

Mientras el comisario Schulz, el 13 de octubre, redactaba el informe “Kölle”, le acometió un dolor de muelas tan fuerte que en su escrito se deslizaron algunos errores.

He aquí el texto:

“Se busca a Tom Kölle, de 30 años de edad, últimamente domiciliado en Ganstersbach, distrito de Bornstedt, como sospechoso de complicidad en el robo de un coche.

En la noche del 1 al 2 de octubre fue observado un hombre, cuya descripción se corresponde con la persona del susodicho Kölle, el cual penetró con una bicicleta en la calle Varnholm, apoyó la bicicleta en un árbol junto al turismo robado, forzó la puerta del coche –se trata de un Opel Rekord 1700- y, tras conectar el encendido, emprendió la fuga.

Con respecto a la bicicleta, es de suponer que también se trata de un objeto robado, y ha sido depositada en custodia. En el momento del hecho, Tom Kölle llevaba un gabán de tono claro con bocamangas y cuellooscuros, y se cubría con un gorro de piel o astracán. También llevaba unos pantalones, al parecer, de color beige, y zapatos deportivos en blanco y azul.

Como sea que no existe ningún testigo presencial del robo, no ha sido posible establecer la dirección que tomó Tom Kölle con el coche robado.”

Por fortuna, el comisario Schulz releyó el informe que acababa de redactar antes de cursarlo por telégrafo. Así pudo darse cuenta a tiempo de los dos errores que se habían deslizado en su redacción. Y se puso rojo como un tomate al pensar en lo mucho que se habrían reído de él.


¿Cuáles son los dos errores del informe?

Enigma 1 - La coartada

El detective Olaf Kellbjön se levantó pesadamente de su poltrona exhalando un suspiro, lanzó una última mirada a la linda rubia de la pantalla del televisor y se dirigió a la puerta de su piso.

- Dígame, ¿qué puedo hacer por usted? – preguntaba poco después al hombre que se hallaba ante la puerta, el cual hacía girar con nerviosismo el sombrero entres sus manos.

- Me llamo Sven Oxter. Desearía hablar con el señor Kellbjörn…

Olaf Kellbjörn le invitó a entrar con un además cortés y manifestó:

- Constituye para mí un gran placer recibir visitas pasadas las diez de la noche.

El visitante se mostró compungido:

- Sé que es demasiado tarde… Sin embargo, sólo usted puede ayudarme.

Kellbjörn inclinó la cabeza.

- Es una afirmación poco convincente – dijo-. Siempre habrá en Estocolmo un centenar de detectives dispuestos a investigar por dinero hasta un caso de hormigas con franjas amarillas. Bien…, tome usted asiento, beba un trago de mi whisky y cuénteme dónde le aprieta el zapato, señor Oxter.

Transcurrieron casi un par de minutos antes de que Oxter iniciara su relato. Y halló un buen oyente en el mejor detective de Estocolmo.

- Soy el administrador de las cantinas y del casino de Industrias Dagström. Tenemos más de cuatro mil empleados. De mí dependen las dos cantinas de las grandes sucursales, así como la cantina y el casino de la central. Todos los viernes por la tarde, entre las seis y las siete, las oficinas exteriores liquidan sus cuentas conmigo. Así ocurrió ayer, viernes, y guardé el dinero en mi caja fuerte bajo llave, como lo vengo haciendo desde siempre.

Kellbjörn interrumpió:

- ¿Vive usted en el recinto de la empresa?

- Sí y no. Mi vivienda está enclavada en los terrenos de la empresa, pero además tengo acceso directo a ella por la carretera de Kjölberg-Gatan… Mi mujer se halla estos dias con unos parientes en Götegorg, de modo que me veo obligado a comer fuera. Salí de casa hacia las 20 horas para cenar en la ciudad, en el Hotel Zanzíbar.

Kellbjörn esbozó una alegre sonrisa.

- Un lugar muy selecto – comentó-, con una excelente cocina. Cuando estoy bien de fondos, también yo como allí. De todos modos, ¿no le resulta bastante complicado, llegar al Zanzíbar desde su domicilio?

Sven Oxter se encogió de hombros:

- Regular – contestó -. Con el coche tardo media hora. ¿Qué no haría uno por una buena cocina?

Kellbjörn asintió con la cabeza:

- Muy cierto. Pero no quería interrumpirle. Continúe su relato, por favor.

A Oxter le resultó bastante difícil atender a este requerimiento. Al fin, pareció sobreponerse, y prosiguió:

- Normalmente, a última hora recorro todas las secciones una vez más… Al llegar al despacho principal del casino sentí como si me alcanzara un rayo. La caja fuerte había sido forzada.

Kellbjörn alargó a su cliente la botella de whisky:

- Tome un trago –le invitó-, esto le ayudará. ¿Recuerda qué hora era cuando llegó al despacho principal?

Oxter apenas si tuvo que meditar la contestación:

- Sí, eran las 21,15 horas… Lo recuerdo con tanta exactitud porque quería llamar a la policía…

Kellbjörn cortó:

- ¿Y por qué no lo hizo?

El administrador tragó saliva, inquieto:

- Porque… porque entonces…, entonces se habría puesto en evidencia que me había olvidado de cerrar el despacho pincipal… ¡Maldita sea! Es verdad: lo olvidé, señor Kellbjörn. Nunca me había ocurrido…

A continuación, Oxter sacó de su bolsillo una hoja d epapel doblada.

- Aquí –dijo- he anotado para usted los nombres de las personas eventualmente implicadas en el robo… Son personas que conocen al dedillo todos los departamentos de la empresa, y sabían que la caja fuerte contenía casi 40.000 coronas.

El detective tomó el pliego de papel y echó un vistazo a los nombres. Luego preguntó:

-¿Está usted seguro, señor Oxter, de que todo ocurrió exactamente tal como me lo ha contado?

Oxter se puso una mano en el pecho y exclamó, acalorado:

-¡Todo! No me he equivocado ni en un solo detalle, tanto por lo que respecta a las horas como a los nombres anotados… Pero, ¿qué se propone usted con el teléfono?

Kellbjörn sonrió con amabilidad:

- Estoy llamando al inspector Orldag. Seguro que va a amaldecirme…, pero vendrá, de todos modos. Y entonces se aclarará con usted acerca de su especie de coartada, querido señor Oxter. Pues tengo la ligera sospecha de que las citadas 40.000 coronas han ido a parar a su bolsillo… Tómeselo con calma. Beba un trago más de mi whisky. El inspector Orldag llegará pronto.

¿Cómo advirtió el detective que el administrador trataba de endosarle un puro cuento?

Enigmas

En el programa de esta semana planteamos una serie de enigmas, que ahora pondremos aquí en texto, a ver si somos capaces de adivinarlos.
Las soluciones la semana que viene, tanto en el programa como aquí.
¿Sabremos dar con la solución?
¡Animo!

lunes, 6 de abril de 2009